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Gorriones, palomas, huevos y gallinas (o como los conceptos determinan nuestra realidad y viceversa)

Querido lector o lectora, los dos párrafos siguientes van a ser un poco espesos, lo sé y te pido disculpas por ello pero, al tratar de un tema lingüístico relativamente complejo, no puedo hacer mucho por quitarles peso. Por contra, te aseguro que a poco que hagas el esfuerzo de leerlos, estarás en disposición de aumentar tu universo conceptual y, con éste, tu propia realidad. Empecemos.

Herrerillo, pájaro de ciudad pollito
Pájaro de ciudad, ¿adivinas cuál?
Nuestra lengua no tiene una palabra que recoja exactamente el mismo concepto que recoge el término inglés "self-worth" y es una verdadera lástima, porque se trata de un concepto clave en el desarrollo personal. Si echáis una ojeada rápida a algunos de los principales diccionarios (Google translator, WordReference) comprobaréis que traducen "self-worth" por "autoestima", lo cual no es una locura absoluta, pero tampoco es una buena traducción. Como lo demuestra el hecho de que en inglés existe un término que corresponde exactamente a nuestra "autoestima" y que no es "self-worth" sino "self-esteem".

Si analizamos por separado las dos palabras que contiene "Self-worth" nos encontramos con que "self" es una partícula que se usa del mismo modo que en castellano utilizamos el prefijo "auto-", como por ejemplo en "self-help" que se traduce por "autoayuda", o el adjetivo "mismo", como por ejemplo "himself" que se traduce por "sí mismo". Por otro lado, "worth" se traduce por "valor", de modo que su combinación sería algo así como "autovalor" o, quizá forzándolo un poco menos: "valor de uno mismo". En este sentido, la autoestima es algo que le está relacionado, pero que no se puede considerar su sinónimo, sino más bien una consecuencia de la conciencia de nuestro propio valor. 

El problema es que al carecer de este concepto en nuestra lengua, mejorar nuestro self-worth se nos complica infinitamente ya que ni siquiera tenemos una palabra para referirnos a ello. Por otro lado, superar esta dificultad es tan sencillo como lo que hemos hecho en los dos párrafos anteriores: reconocer que existe una realidad para la cual no tenemos concepto, en este caso no lo tenemos en nuestra lengua, y a partir del modo en que otra lengua la afronta, proponer una palabra que la pueda abarcar, como "autovaloración" o "valor de uno mismo". Esto no resuelve las carencias que cada cual pueda tener con respecto a su propia autovaloración, pero nos da herramientas para pensar acerca de ello, para empezar nos permite descubrir si tenemos o no un problema con lo que este concepto designa. 

Los humanos vivimos en un mundo hecho de palabras. Sin llegar a la radicalidad posmoderna, por otro lado ridícula, que afirma que nada existe más allá de nuestro propio universo conceptual, sí que es cierto que para que un objeto se introduzca en nuestra realidad, necesitamos tener una manera de referirnos a él. Por ejemplo, en la realidad de una persona media, en las calles sólo existen gorriones y palomas, mientras que en la realidad de un aficionado a las aves también existen jilgueros, petirrojos, lavanderas, herrerillos, carboneros, mirlos... Todos ellos habitan el mundo del aficionado porque su pasión por las aves lo ha llevado a ampliar su universo conceptual para incluirlos. 

En ocasiones, siguiendo con el tema de las aves, se nos plantea la cuestión de qué es lo primero, si el huevo (el concepto) o la gallina (el objeto real) y, como en el clásico dilema, desde su mismo nivel, la solución es imposible. El ser humano necesita del contacto con los objetos para elaborar nuevos conceptos pero, a la vez, no es capaz de entrar en contacto con objetos nuevos si no dispone de conceptos para abordarlos. Desde un nivel superior, el dilema del huevo y la gallina se resuelve recurriendo a la teoría de la evolución y la progresión cuasi infinita que lleva desde la primera célula viva hasta la primera gallina, que no era gallina del todo, y que puso un huevo, que no acababa de ser huevo (como los modernos) del todo. En el caso de los objetos y los conceptos, objetos cercanos a un concepto pero no exactos nos obligan a forzar la máquina conceptual para añadirlos, lo cual a su vez nos permite encontrarnos con nuevos objetos que más adelante volverán a obligarnos a revisar nuestros conceptos y así hasta el infinito. 

Es la sinergia entre conceptos y realidad, forzada por nuestra propia voluntad de ir más allá de nosotros mismos, de nuestra zona de confort y de nuestro propio universo, lo que nos hace avanzar. Nuestra realidad la enriquecemos con experiencias, en ese sentido la relación con otras personas, con su propio mundo, los viajes o cualquier aventura hacia lo desconocido son un medio imprescindible para el desarrollo personal; pero no sirven de nada si no van acompañadas de las lecturas, las conversaciones y el pensamiento que ensancha nuestro universo conceptual de modo que éste sea capaz de recoger esas nuevas experiencias y darles sentido.

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