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Voluntad e ilusión

Ilusión frente a fuerza de voluntad


caracol, fuerza de voluntad o ilusión
Fuerza de voluntad o ilusión por llegar al otro lado
¿Qué es más fácil fumarse treinta cigarrillos diarios o no fumar ninguno? Muchos de vosotros me diréis que depende de si eres o no fumador; pero ahora no quiero centrarme en el sujeto, sino en la acción en sí misma. A este respecto, hacer algo siempre entraña más dificultad que no hacer nada. Siguiendo con el ejemplo, fumarse treinta cigarrillos diarios implica tener que buscar el cigarrillo, encenderlo, darle las caladas necesarias hasta terminarlo, tirarlo a algún sitio donde no prenda fuego y volver a guardar el paquete. Así hasta treinta veces. Además, implica haber comprado ese paquete, con el consiguiente gasto y desplazamiento necesario para hacerlo. No fumar ninguno, en cambio, no implica absolutamente ninguna acción. Es tan sencillo como no hacer nada. 

Entonces, ¿por qué carajo es tan difícil dejar de fumar? La clave está en el modo que se usa para aproximarse a cada una de las acciones. Mientras que fumar implica para el fumador una recompensa, una alegría y una ilusión, dejar de fumar implica un sacrificio que, por mucho que sepa que le conviene, sólo puede abordar a fuerza de voluntad. Y en la batalla entre fuerza de voluntad e ilusión, la primera tiene muy poquito que hacer.

El caso del tabaco, empero, es una disfunción de un buen diseño natural. La biología nos ha dotado del poder de ilusionarnos para conseguir cosas que de otro modo serían imposibles. Pongamos por ejemplo el hecho de criar a un hijo. Si no fuera por la ilusión que provoca en los padres verlo crecer y desarrollarse, adivinar las posibilidades que se esconden tras cada una de sus pequeñas gestas, nadie sería capaz de dedicarle a sus vástagos las incontables horas e innumerables sacrificios que requieren y la especie humana haría tiempo que se hubiera extinguido. 

El conductismo clásico explicaría lo mismo mediante el mecanismo de conducta-recompensa-refuerzo de la conducta: por ejemplo, los padres alimentan al bebé (conducta), éste sonríe (refuerzo), los padres siguen alimentándolo (refuerzo de la conducta). Sin embargo, aunque este modelo pueda explicar el fenómeno en apariencia, se desmorona por completo a la que rascamos un poco sobre su superficie. Su problema es que olvida que los humanos tenemos una plasticidad prácticamente infinita a la hora de procesar los estímulos que nos llegan del exterior, de modo que lo que para unos puede ser placentero, para otros puede ser indeseable y viceversa. Determinar lo que es gratificante para una persona no es tan sencillo como localizar el centro de placer activado en su cerebro ante un estímulo determinado, como ocurre entre los animales, sino que es necesario investigar a fondo su universo conceptual: sus valores, su historia personal, sus objetivos... sus ilusiones a fin de cuentas para comprender por qué ciertos sucesos va a clasificarlos como gratificantes y ciertos otros como punitivos. 

A lo anterior, se suma la capacidad de dotarnos de metas a largo plazo, tan largo que la recompensa final, si la hay, acaba por convertirse en una posibilidad improbable en un futuro lejano. Perseguir estas metas sólo es posible si las revestimos de ilusión. El error básico que cometemos en muchas ocasiones consiste en intentar mantenerlas a base de fuerza de voluntad. Se nos enseña desde pequeños que la ilusión es algo infantil de lo que hay que aprender a despojarse para prepararse para la dura vida de la madurez. La fuerza de voluntad, en cambio, se nos presenta como sinónimo de la fortaleza de carácter, como si ella sola fuera la responsable de la persistencia y la paciencia necesaria para lograr nuestros objetivos más complicados. 


La mayor fuerza de la fuerza de voluntad

No quiero que me malinterpretéis, no estoy diciendo que la fuerza de voluntad no sea un atributo necesario para perseguir con constancia nuestros objetivos e intentar hacer de nosotros el mejor nosotros mismos que podamos lograr; estoy diciendo que no es suficiente. Está claro que es más fácil sostener un objetivo a largo plazo cuando éste nos provoca ilusión, pero también está claro que, en ocasiones, la ilusión decae durante unos días debido a algún acontecimiento en nuestro entorno exterior o, simplemente, a algún cambio de humor interno. Es en esos momentos en los que la fuerza de voluntad se hace imprescindible para que la ilusión no desfallezca y podamos seguir el curso de nuestro desarrollo. 

La fuerza de voluntad no puede sustituir a la ilusión a la hora de hacernos desear pasar todos los días de nuestra vida junto a otra persona, por ejemplo. Es por ese motivo que los matrimonios celebrados de acuerdo con unos intereses distintos de los propios que llevan a una pareja a estar unida están condenados al fracaso. No obstante, la fuerza de voluntad tiene que estar ahí, como un fiel perro guardián, como el reposorio de nuestra voluntad o, dicho de otro modo, de nuestra libertad última para no depender de los vaivenes del destino o del bienestar corporal, para poder seguir escogiendo ilusión sobre desilusión y mantener nuestro primer objetivo.

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