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Muhammad Alí y las ofensas

Hace unos días fui testigo del siguiente suceso: ante mí, una señora mayor solicitaba en una ventanilla un papel que le era necesario y urgente. Por lo visto era un procedimiento que necesitaba de cierto tiempo pero, ante los ruegos de la señora, la chica de la ventanilla estaba ya a punto de acceder a "saltarse las normas" y prepararle el papel cuando, en el último momento, salió del fondo de la oficina una de las jefas, y le dijo a la señora que no, que era imposible, que debía esperarse…

Muhammad Ali evitando los golpes de Frazier
Nadie como Alí para evitar ser golpeado
Este suceso trajo a mi mente un capítulo de "The Soul of a Butterfly", la autobiografía de Muhammad Ali, en la que él mismo explica lo que le ocurrió una vez al ir a recoger a sus padres al aeropuerto. Por lo visto, iba con un amigo en su coche y al llegar a la puerta del aeropuerto, un policía que lo reconoció le dijo que podía dejar el coche en un parking reservado. Contento con esta buena suerte, Alí salió del coche y entro al aeropuerto mientras su amigo permanecía en el vehículo. Al regresar, ya acompañado por sus padres, Alí vio como otro policía estaba parado frente a su coche y discutía con su amigo. El policía entabló contacto visual con él y le sonrió desafiantemente. Al llegar a su coche, el policía ya se había ido pero le había puesto una multa que había cabreado enormemente a su amigo. <<Le he dicho que el otro policía nos había dado permiso - dijo su amigo -, pero no ha querido escucharme. Le he pedido por favor que le preguntara a su compañero, pero me ha contestado de muy malas maneras que no tenía por qué hacerlo. ¡Y me ha multado!>>.

¿Por qué el episodio en la ventanilla trajo a mi mente el de la historia de Alí con el policía? Pues porque en ambos una persona aprovecha su autoridad para perjudicar a otra, en lugar de para ayudarla. Creo que ambos casos son anomalías, estoy convencido de que en general, ante la disyuntiva de ayudar o perjudicar, la mayoría de las personas escoge ayudar, sobre todo si perjudicar implica tomar una acción directa sobre los acontecimientos, mientras que ayudar sólo requiere de inacción por su parte. Sin embargo, son anomalías que tienden a darse con demasiada frecuencia. Y lo peor es la impresión de que las personas que cometen el abuso obtienen una satisfacción con su conducta (la mirada desafiante del policía, el forzar a la señora a venir otro día...). Si yo tuviera una visión más negativa de la naturaleza humana, podría recurrir a Foucault, por ejemplo, para describir la lucha de poderes que se da en toda relación humana y cómo el ganarla proporciona satisfacción a aquellos con poder. Sin embargo, como bien sabéis los que me conocéis o lleváis un tiempo leyéndome, no es ése mi estilo. Creo que la explicación es a la vez mucho más sencilla y más compleja. Más sencilla, porque no requiere de su extrapolación a todo el género humano y, más compleja, porque implica tener en cuenta la psicología particular de cada individuo.

Con todo, como sé que no hay ningún lector mío que actúe de esa manera, pues alguien que obtenga satisfacción con esas mezquindades no va a ser capaz de hallarla en la automejora en la que se centra este blog, no le voy a dedicar ni un solo segundo a la psicología individual de los ofensores. Me voy a centrar, en cambio, en lo que podemos hacer los ofendidos para defendernos de este tipo de trato.

La clave me la dio el propio Muhammad Alí en su libro. Tras ocurrirle lo que le acababa de ocurrir con el policía, él intentó calmar a su amigo con estas palabras: <<No te enfades con él (el policía). Al contrario, tenle compasión, porque si es capaz de obtener satisfacción con un acto como éste, su vida debe de ser muy pobre. Tal vez lo más importante que le haya pasado nunca, aquéllo de lo que le hable a sus nietos cuando sea mayor, sea que una vez multó a Muhammad Alí>>. Quizá la jefa de la oficina que le dijo que no a la señora mayor no le hable a sus nietos de cómo una vez se sobrepuso a una pobre anciana; pero no me cuesta nada imaginármela toda hinchada explicándole a su marido o a un colega cómo hizo prevalecer la ley y el orden frente a una transgresora que pretendía saltárselo. 

Años atrás, éste tipo de personas hubiera encendido mi cólera. Son gente que aprovecha su situación de poder para imponer su ego frente a la razón y la moral, sin embargo hoy en día, mucho más calmado, aplico la enseñanza de Alí y los compadezco. Pienso en lo lamentable que tiene que ser su existencia para que sean capaces de obtener satisfacción actuando de esa manera tan ruin. Lo mismo se puede aplicar a aquellas personas que nos critican, los que parecen profesionales del cotilleo y de la intromisión en las vidas ajenas. Una vez los conviertes en objeto de tu compasión, los privas del poder que tanto ansían: el de enfadarte, el de sacarte de tus casillas o provocarte y los vuelves en inofensivos.


PD: Me gustaría hacer notar que durante todo este post estoy pensando en ofensas pequeñas, aquéllas que nos causan menos daño que el que nos provocan nuestros propios sentimientos de sentirnos ofendidos al darle vueltas una y otra vez a la injusticia que se ha cometido con nosotros. Las grandes ofensas, o agresiones, son harina de otro costal que merecen tratarse con más profundidad en otra ocasión.

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